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Volver a la tiendaEsta antología de quince libros, incluidos dos póstumos, llena con creces un prolongado vacío; el lector descubre que Michaux está entre las voces mayores del idioma francés y que leerlo es despertarse, asombrarse, divertirse. Hacia 1935 conocí en Buenos Aires a Henri Michaux. Lo recuerdo como un hombre sereno y sonriente, muy lúcido, de buena y no efusiva conversación y fácilmente irónico. No profesaba ninguna de las supersticiones de aquella fecha (París, los conventículos literarios y el culto, entonces de rigor, de Pablo Picasso). A lo largo de su vida ejerció dos artes: la pintura y las letras. Como Aldous Huxley, exploró los alucinógenos y penetró en regiones de pesadilla que inspirarían su pincel y su pluma». Jorge Luis Borges