El carrito de compras está vacio
Volver a la tiendaAdemás de ciertas debilidades disculpables –como los buenos cigarros, la buena mesa y Jean Harlow–, Groucho Marx mostró, en ocasiones, sospechosas tendencias hacia la literatura. Tras acreditarse en sus libros como egocéntrico ejemplar y amante sarnoso, Las cartas de Groucho constituyen hoy un documento revelador de sus aficiones, odios y amistades y de que estaba irremisiblemente predestinado a la literatura. A lo largo de muchos años, Groucho Marx escribió infatigablemente cartas a sus hermanos, a su hijo, a su médico, al boyfriend de su hija, a sus amigos, a sus compañeros de profesión –Eddie Cantor y Jerry Lewis entre ellos–, a negociantes varios –desde Howard Hughes al presidente de la Chrysler–, a numerosos escritores –como E. B. White, James Thurber y T. S. Eliot–, a periodistas –a quienes dedicó amables denuestos–, amén de gobernantes y políticos varios, incluyendo al presidente Truman. En esta correspondencia abundan páginas memorables, en cartas dirigidas ya sea a un club de Hollywood («No me interesa pertenecer a ninguna organización social capaz de aceptarme como miembro»), a la Warner Brothers («Ustedes reivindican su Casablanca y pretenden que nadie más pueda utilizar este nombre sin su permiso. ¿Qué me dicen de “Warner Brothers”? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, pero ¿y el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos “brothers” mucho antes que ustedes»), a T. S. Eliot («No sabía que fuera usted tan guapo»). Irónicas, feroces, tiernas, sarcásticas, desdeñosas, agudas, siempre divertidas, Las cartas de Groucho –cuyos originales se conservan en la Biblioteca del Congreso– no sólo son una obra maestra de la literatura epistolar, sino también expresión particularmente afortunada del ingenio de uno de los grandes humoristas de nuestro tiempo.